Entrevista a Carlos Elías, catedrático de Periodismo en la Universidad Carlos III: «La evolución nos dotó para sobrevivir en la selva forestal y, luego, en la social pero ahora tenemos que aprender a sobrevivir también en la “selva” digital»

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Carlos Elías es catedrático de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid y catedrático europeo Jean Monnet de “UE, desinformación y fake news”. Se licenció en Química y Periodismo en la Universidad de La Laguna, donde se doctoró con Premio Extraordinario en Ciencias Sociales.

Se especializó en Ciencia, Tecnología y Opinión Pública en la London School of Economics (un año becado) y en la Universidad de Harvard (otro año como visiting scholar). Ha trabajado como químico (sintetizando nuevas moléculas) y, sobre todo, como periodista: en la Agencia Efe (política) y como responsable de ciencia en El Mundo

Premio de Excelencia Joven Investigador en 2012, tiene más de un centenar de publicaciones académicas en revistas y editoriales de impacto. Su campo de investigación (como IP de proyectos competitivos) es big data, redes sociales, periodismo de datos y fake news.

Su último libro en español es El selfie de Galileo. Software social, político e intelectual del siglo XXI (Península-Planeta, 2015). Y su último libro es Science on the Ropes. Decline of Scientific Culture in the era of Fake News (Springer-Nature, 2019). Colabora esporádicamente en medios como TVE, RNE y El Mundo y dirige el máster de Comunicación Corporativa e Institucional de la Carlos III. 

Pregunta: En su libro “El selfie de Galileo” dice que no se puede hablar de realidad. ¿A qué se refiere?

Respuesta: El libro aborda cómo la tecnología modifica la percepción de la realidad desde los multijuegos multijugador a cómo la gente se aísla en redes sociales o en determinadas webs con contenidos que agradan al usuario -cajas de resonancia-, pero son fuente de bulos. En este sentido, la mente recibe estímulos que modifican la realidad real frente a la virtual. Si pasas más tiempo en la realidad virtual que en la real puedes confundirlas. El sesgo de confirmación busca lo que agrada al cerebro y la tecnología digital nos ofrece realidades virtuales en las que vivir como nos gusta. Otro dato curioso es que esa confusión entre realidad real y virtual, o ciberrrealidad como yo la denomino, no solo produce desorientación en personas con bajo nivel cultural o predisposición al aislamiento social; sino incluso entre los expertos y decision-makers. De ahí que fallen muchos pronósticos en temas como el Brexit, la elección de Trump en EEUU, etc. 

Entonces, ¿nos encontraremos en una sociedad virtual de no retorno?

La generación que está a punto de incorporarse al mercado laboral ya ha crecido con internet y smartphone. Nunca ha usado una cabina telefónica o consultado una enciclopedia de papel. Como digo en el libro, no es lo mismo usar Wikipedia, que no sabemos quién la escribe ni por qué, que la Enciclopedia Británica. La entrada de “radiactividad” en la Británica la redactó Marie Curie; la de Wikipedia no lo sabemos. Internet se puede caer a nivel mundial, pero no es un escenario en el que trabajar; y, si sucede, sabríamos qué hacer porque hay mucha gente viva que creció sin Internet. Lo que yo sugiero en el libro es que la evolución nos dotó para sobrevivir en la selva forestal y, luego, en la social pero ahora tenemos que aprender a sobrevivir también en la “selva” digital que tiene sus peligros: desde adicciones al exceso de información o la proliferación de fake news. Los medios se consumen masivamente en el móvil y nos comunicamos con nuestros entornos de redes sociales de una forma diferente a la plaza del pueblo. En una familia que come junta, un tiempo importante están mirando el móvil e, incluso, en una pareja de enamorados compite la mirada al ser amado con la del móvil. El libro aborda todo esto: desde cómo ahora se realiza el acoso en los colegios hasta las revoluciones políticas y sociales. Se compara la revolución de los derechos civiles de los afroamericanos en EEUU con la del 15M, por ejemplo. La idea es que para entender la realidad actual hay que tener en cuenta parámetros de la realidad virtual que distorsionan teorías sociales previas. 

¿Cuál ha sido la influencia de las matemáticas en esta ciberrealidad?

Una de las claves que yo quería explicar es que los ingenieros informáticos no son simples técnicos como habitualmente se cree, sino que ellos son los verdaderos -y casi únicos- intelectuales que diseñan la sociedad actual. El resto vamos a su remolque. De ahí que haga una revisión filosófica y científica de cuáles son las bases intelectuales de la ingeniería informática que están en las matemáticas. El pensamiento matemático y científico es diferente al artístico, sociológico, político o teológico. En Occidente desde hace años -y sobre todo en las sociedades de cultura latina- se ha extendido la idea de que se puede entender la sociedad y la cultura sin saber de ciencia e ingeniería y, en mi opinión, es un gran error. Lo que diseñan los matemáticos, científicos como físicos, químicos o biólogos y los ingenieros conforma nuestro pensamiento, nuestra sociedad y nuestra política; de ahí el subtítulo del libro de “software social, político e intelectual del siglo XXI”. No se puede comprender la sociedad actual sin entender qué piensa y por qué un ingeniero informático o un matemático. Y el selfie que nos hacemos tiene mucho que ver con Galileo. 

¿Qué es la civilización de los algoritmos?

Es la definición de la sociedad actual donde los algoritmos -que son instrucciones de base matemática que están detrás del software que usamos para casi todo- controlan la esfera digital, pero con el poder añadido de que usan la estadística y el big data, que es otra parte de las matemáticas, para predecir comportamientos humanos futuros. Nunca había sucedido eso. La humanidad dio un salto espectacular cuando el método científico pudo predecir el comportamiento natural. A partir de matemáticos como Galileo o Newton se pudo predecir la evolución del movimiento de los objetos físicos, desde un planeta o un cometa hasta la bala que lanza un cañón o la manzana que cae del árbol. También de las reacciones químicas y se pasó de la alquimia, que era mística, hasta la química moderna que lo explica todo. Ahora se da ese paso hacia el comportamiento social que antes era cosa de gurús y que se equivocaban con frecuencia. Las ciencias sociales se matematizan y los informáticos son los verdaderos sociólogos y politólogos. Ya ha pasado con la economía. Antes era una disciplina política; los últimos premios Nobel de Economía proceden de las matemáticas o la física. Cuando uno aprende matemáticas en el colegio tiene la impresión de que, como mucho, sirven para las ciencias; pero no para las letras o sociales. Eso ha cambiado: ahora han conquistado también las relaciones sociales. No se puede entender Facebook sin la teoría de grafos, que es matemáticas. Y si no entiendes cómo funciona Facebook no entiendes nada de la comunicación actual, por ejemplo. 

¿Son los algoritmos armas de destrucción?

Los algoritmos, tal y como los defino en el libro, son una de las creaciones intelectuales más sofisticadas y portentosas que ha elaborado la mente humana. Por tanto, pueden ser armas de destrucción -software maliciosos que pueden hacer caer todo el sistema y provocar el caos- pero también herramientas de construcción maravillosas. Siguiendo analogías con ciencias más antiguas que la informática como la química, la reacción de síntesis del amoniaco a partir del nitrógeno atmosférico -la síntesis Haber-Bosch- permitió desacreditar a un economista como Malthus cuando predijo que, al ritmo de crecimiento de la humanidad, en el XIX ésta moriría de hambre porque no habría alimentos para todos. Pero no fue así porque la síntesis de amoniaco permite la producción a gran escala de fertilizantes y hoy, con muchísima más población que en el siglo XIX de Malthus, hay más alimentos que nunca y menos hambre. Malthus fue un economista político que no introdujo la química en sus cálculos económicos y por eso falló. Pero también la síntesis del amoniaco fue el origen de las armas químicas usadas en la Primera Guerra Mundial y causa de la gran mortalidad de esa guerra. La artillería y los caballos ya no servían. Con los algoritmos, como con toda gran creación humana desde el descubrimiento del fuego o las aleaciones metálicas, sucede lo mismo: sirven para crear pero también para destruir. También es cierto que, a diferencia de la producción del amoniaco, los algoritmos sí pueden penetrar en nuestra esfera íntima y saber mucho de nosotros. 

Por tanto, ¿estamos hablamos de vulnerar derechos individuales y sociales? ¿Sería necesario regularlo?

Regular la creación intelectual como el desarrollo científico y tecnológico tiene el enorme riesgo de que quien no lo regule tendrá ventaja competitiva si desarrolla una tecnología que otros no crearon porque la legislación lo prohibía. Una idea principal que desarrollo en el libro es que a lo largo de la historia quien ha ganado la batalla no solo política sino también cultural es quien tiene el poder tecnológico. En mi último libro –Science on the ropes. Decline of scientific culture in the era of fake news– desarrollo también esta idea teniendo en mente a China. La idea viene de la historia de la ciencia y lo que sucedió con la caída del imperio español y como emergió el británico. La Contrarreforma prohibió -reguló de forma muy estricta- la investigación científica tras el proceso inquisitorial al Galileo. En países Occidentales como Inglaterra donde esta regulación no existió, la ciencia progresó. Mientras en Salamanca se discutía sobre si los indígenas tenían alma, en Cambridge se preguntaban por qué el vapor de agua movía la tapa de un cazo o por qué existía la electricidad. De ahí a la revolución industrial fue un paso que llevó a la hegemonía de la cultura anglosajona. China, el imperio más longevo de todos, fue humillada en el siglo XIX por no haber desarrollado el método científico en el XVII. Hoy en día los chinos aprenden nuestra grafía no para leer a nuestros filósofos o escritores, porque ellos tienen más y mejores, sino para aprender a formular la química (que se hace en grafía europea). De toda la cultura Occidental a Asia solo le interesa la matemática, la física, la química y la biología. En su Gaokao -la difcilísima Selectividad China- el examen de ciencias es obligatorio, aunque vayas a letras. En España, por ejemplo, son obligatorias las letras. En Occidente tenemos crisis de vocaciones en ciencias e ingenierías. Por otra parte, hay experimentos biológicos que en China se permiten, pero no en Occidente y eso les dará ventaja. En China no hay libertad política, pero hay más libertad de investigación que en Occidente. Regular en contra del progreso científico y tecnológico te deja en inferioridad de condiciones como humano, porque el humano -que nada peor que los peces o no puede volar- es superior a otros animales gracias a la tecnología que desarrolla.  Creo que la regulación podría establecer cómo usar la tecnología existente, pero jamás impedir el desarrollo de nuevas tecnologías. La libertad de creación es indispensable. 

Descartes dijo: “pienso, luego existo”. ¿Usted dice: “estoy conectado, luego existo”?

Descartes, que era matemático, usó esa expresión para describir lo que era la realidad humana de su época. La evolución actual de “estoy conectado, luego existo” define no solo la realidad actual sino las percepciones. No se usa la misma parte del cerebro para pensar que para socializar. Cambia el cerebro -es decir, la esencia de lo humano- y se modifica cuando definimos nuestro yo como con quién y cuándo nos conectamos. Eso da lugar a nuevas adicciones, déficit de atención, percepciones extrañas, etc. Mi opinión es que el móvil inteligente es maravilloso y sirve para muchas cosas. Como periodista soy alérgico a las regulaciones. Solo regularía los delitos que se comenten con las nuevas tecnologías. El Vaticano prohibió en su momento la investigación con cadáveres o de la electricidad y eso retrasó a los países católicos. Más que regular sí creo en educar en cómo se utiliza la tecnología digital. Al contrario de otras como, por ejemplo, la energía nuclear que está en manos de expertos y eso propicia que, aunque la sociedad no sepa lo que es un átomo, esa tecnología pueda usarse bajo supervisión experta; la tecnología digital la usa cada individuo sin asesoramiento ni educación de cómo emplearla. Y, en mi opinión, debe ser formado no solo como productor de tecnología sino también como consumidor. Establecer modas como los días desconectados, evitar redes sociales adictivas, saber buscar fuentes solventes frente a las que ofrecen fake news, etc. Otra idea que me parece relevante es que, hoy en día, la mejor forma de ser subversivo es desconectarse de Internet, porque el sistema no puede ni detectarnos, ni controlarnos, ni predecir lo que haremos. No hay nada más subversivo que un adolescente que no quiere móvil, ni sus padres pueden controlarlo. Pero durante gran parte de la historia humana, los adolescentes no tuvimos móviles y no se nos tachaba se subversivos. Aquí nos damos cuenta de cómo ha cambiado nuestro mundo. 


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